En un artículo publicado en Contrapulso, el académico plantea que plataformas de streaming como Spotify y redes sociales como Youtube y Tik-Tok, al usar algoritmos de recomendación, atomizan la audición y la identidad, a tal nivel que en el futuro inmediato puede que ya no quede espacio para la experiencia colectiva masiva de la escucha mediante dispositivos tecnológicos.
“Cualquier día en el “Mix 1” o en el “Descubrimiento Semanal” o en las recomendaciones de la barra lateral de YouTube, una canción puede entrar en la vida de una persona para siempre. La recomendación puede llegar a ser perfecta, abrirnos a una experiencia de auditor o auditora memorable, relacionarnos auralmente con las preferencias más profundas de quienes escuchamos. Pero probablemente esta será en su origen una experiencia abstracta, donde no hay ni una playa, ni una fogata, ni un fugaz romance veraniego vinculado a ella, y estaremos ante una canción sin contexto, sin historia, y quizá sin un colectivo que la atesore identitariamente”. Así describe Ricardo Martínez, académico de la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales, la forma en que actualmente conocemos nueva música.
En el artículo titulado “¿Una canción para siempre? La evolución de la promoción musical del pop, desde el piano del entrepiso hasta las recomendaciones de Spotify”, y publicado en la revista de estudios de música popular Contrapulso, el docente abordó la historia de la promoción de canciones y artistas, el uso de los algoritmos de recomendación, y las implicancias de esto último para la formación de audiencias e identidades musicales. Para esto, parte de la base de que “en el ecosistema de la música pop siempre ha habido energías de la industria orientadas a la promoción musical que, además, no solo ha logrado el objetivo de favorecer las ventas al detalle, sino que también ha colaborado a construir comunidades y sobre todo identidades”.
Dentro de ello destaca modos de promoción, que variaron desde la interpretación por pianistas en las tiendas en Estados Unidos o la reproducción de tangos a través de los organillos en Buenos Aires en los años 1920; la música pinchada por el dueño de una tienda de vinilos, que impulsaba a los clientes a interesarse por lo que escuchaban, los Wurlitzer, entre otros; y que fueron durante mucho tiempo una de las maneras más habituales de oír nuevas canciones.
Estas experiencias, que eran compartidas por muchas personas, sostiene en el artículo, hicieron que cada generación recuerde no solo las canciones que la marcaron, sino que el entorno y los soportes en que ellas fueron escuchadas por primera vez, lo que daba a la experiencia de la música un carácter individual y colectivo. “Hoy esa práctica de organillos y Wurlitzers, de temas de películas y arcades, de payolas y sheets de tiendas por departamentos, ha sido reemplazada por los algoritmos de los servicios de streaming. Y la audición se ha atomizado”, plantea Martínez.
El artículo sostiene que los hitos de la memoria autobiográfica generacional parecen estar desapareciendo y que en el streaming el contacto humano se ha reducido al mínimo. “Esa canción que suena solo puede ser producto del ejercicio de un algoritmo. Es más, puede resultar que esa canción del “Mix 1” no esté en ninguna otra lista similar. No es más el mixtape con que el gatekeeper de turno quería impresionar a sus amigas (…). Es una música personalizada hasta tal punto que solo puede ser la canción de un individuo”, detalla.
Sin embargo, el académico también observa que “las mismas formaciones de identidades colectivas se encuentran experimentando en la actualidad procesos análogos a los de las recomendaciones de los servicios de streaming, toda vez que plataformas como Twitch o Discord, así como la ya mencionad Tik-Tok, no solo operan como espacios para compartir música, sino que como ámbitos para la sociabilización y la formación de otro tipo de ‘tribus’, esta vez mediadas por la tecnología”. Pero dentro de esta socialización, sus participantes comparten el carácter de atomización, por lo tanto, ambos procesos congenian más que se contraponen, concluye el texto.
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